Os dejo con las reflexiones que me ha enviado uno de nuestros lectores,
Nicolás Maza Arroyo, tras la lectura de la carta de Luigi Miraglia que publicamos la semana pasada.
Estimado señor:
Me dirijo a usted porque empecé a escribir un comentario en el blog Lingua latina per se illustrata. Comencé a leerlo tras descubrir el método al que hace referencia. En su blog, leí la carta que reciben de Luigi Miraglia. Comencé a escribir un comentario y encontré que había escrito demasiado texto como para usarlo como un comentario en un blog, por eso se lo envío en forma de correo, al menos para hacérselo llegar al redactor.
No soy estudioso de las lenguas clásicas. Ni soy licenciado en ellas ni nada parecido. En los papeles pone que terminé una licenciatura en física. En realidad, veo que no es así, que me faltan aspectos importantes de la formación que debiera tener. Uno de ellos es éste, el de las lenguas clásicas. No soy capaz de leer ni la Odisea ni los Elementos de Euclides en su idioma original. Es cierto que esto no es tan importante, pero sí lo es la sensibilidad hacia el conocimiento por sí mismo que muestra. Este mismo conocimiento que es el fin de la matemática, tal como decía Jacobi ("El verdadero fin de la matemática no es su utilidad pública sino rendir honor al espíritu humano"), es despreciado sistemáticamente en favor de un falso (o muy mal entendido) pragmatismo. En esta situación no sólo los estudios clásicos peligran sino también otros estudios cuyo fin inmediato no es el enriquecimiento. Tal es el caso de la física o la matemática. Ya no es sólo que cada día se enseñen menos, sino que se enseñan mal. Se enseñan de una manera encaminada a aprender fórmulas de memoria en vez de a razonar y comprender los conceptos y las formas de razonamiento que aportan estas ciencias a la razón humana. Tal como decía Kant en su respuesta a la pregunta ¿que es ilustración?, nos encontramos en una situación dónde gritan por todas partes "no penséis.[...] pagad, no penséis,[...] obedeced. no penséis[...], creed[...]" o en nuestro caso, no penséis, aprended problemas de memoria o no penséis, aprended las cuatro frases latinas más comunes y ya está.
Ojalá exista la propuesta de máximos de la que se habla, e incluya, además del mundo antiguo, una formación científica coherente. No creo que se debe renunciar a intentar conseguir el sueño del renacimiento del Homo Universalis, pero creo que sería necesario garantizar al menos el cortesano para toda la ciudadanía, cosa que no garantizan los planes actuales. Planes que fomentan la "división" entre la gente que quiere aprender, primero entre aquellos que estudian ciencias y aquellos que estudian letras, continuando por un sinfin de divisiones más pequeñas, para conducir a una estrechez de miras tal que al final ni se conoce aquello que se debiera conocer para poder ejercer la propia profesión, por especializada que esta sea. Creo que ceder en tal aspiración (la de conseguir una formación decente), ya es permitir, tal como decía Luigi Miraglia que estos vándalos economicistas, algunos de los cuales se disfrazan de filósofos o similares. Caracterizados como tales y presumiendo de ser expertos en gestión eficiente, se adueñan tanto de la vida como del futuro de la sociedad, de cuyo presente ya se han adueñado y no han sabido gestionar.
Muchas gracias, tanto por el blog como por decir esto.
Nicolás Maza Arroyo.
Algunos estamos ya en la atalaya desde la cual
ResponderEliminarsaltaremos al vacío, no tanto,espero, de la etapa postlaboral.
Desde aquí se observa el proceso de nuestra vida de educadores y uno puede valorar cómo las personas que se han formado con nosotros recuerdan con el paso de los años que lo que se llevan de nuestro magisterio, realmente, son aspectos como estos, que no son propiamente los que el curriculum oficial prescribe:
-cercanía,en lo personal
-espíritu crítico, ante la vida y la ciencia
-movilización frente a la pasividad de una enseñanza unidireccional
-un pelín de empatía con un mundo adolescente que acepta el reto de hacer "contigo", de sentirse responsable, coautor y que también acepta, en ese plano, la dirección del mejor preparado y experimentado.
En definitiva, se trata de menos enseñar y más hacer.