24 noviembre 2021

Enseñar latín y griego hoy

Enseñar latín y griego hoy: la asociación Cultura Clásica.

Este breve artículo recoge la participación del profesor Antonio G. Amador en el XV Congreso de la Sociedad Española de Estudios Clásicos, celebrado en Valladolid en julio de 2019. Ha sido publicado en el primer volumen de FORVM CLASSICORVM. Perspectivas y avances sobre el Mundo Clásico (Madrid, 2021), junto con otros trabajos seleccionados entre los que se presentaron en dicho Congreso.

La primera parte, aquí reproducida, trata sobre el origen de los métodos activos de aprendizaje de las lenguas clásicas y de su aplicación y desarrollo en el sistema de enseñanza español. En la segunda parte se hace una especial referencia a las actividades y a la producción editorial impulsada por la asociación Cultura Clásica.


Cuando se habla de «método tradicional» de enseñanza de las lenguas clásicas, la mayor parte de las personas se refieren al también conocido como «método de gramática-traducción» que, en realidad, no tiene una tradición tan dilatada como suponemos, pues nace en Prusia a finales del siglo xviii a partir de varios factores. Entre ellos se encuentran la Formale Bildung o «educación formal» y la influencia del Positivismo, que buscaba un «método científico» sistemático y racional. A estos hay que añadir el peso de las investigaciones de lingüística histórica y, por último, el deseo de proponer un nuevo método alternativo al sistema de enseñanza que parecía ser patrimonio de instituciones eclesiásticas y de órdenes religiosas.


Así, el profesor H. G. Ollendorf publica en 1862, en Londres y en París, su New method of learning to write, read, and speak a language in six months, adapted to Latin, en cuyos principios se basarían la mayor parte de los manuales al uso durante los siguientes cien años.

Un buen ejemplo de lo que pretendía esta nueva metodología lo podemos encontrar en el libro de Michele Fornaciari, Latinorum. Guía práctica para los padres cuyos hijos estudian latín, publicado en Italia en 1947 y traducido al castellano en 1952, donde se llega a afirmar que «el fin del estudio del latín no es comprender el sentido de un párrafo latino, sino razonar sobre el latín y construir el latín por dicho método razonador».


Durante la segunda mitad del siglo xix se desarrolló en varios países europeos una corriente de oposición a este método que sentó las bases para el desarrollo de nuevas propuestas en la enseñanza de las lenguas clásicas. 

A principios del siglo xx, W. H. D. Rouse (1863-1950) abandona la Universidad de Cambridge y, tras asumir la dirección de la Perse School, atrae a jóvenes profesores como Appleton, Jones, Paine, Mainwaring y Andrew. Rouse critica que «el método actualmente en uso no se remonta más allá del siglo xix. Es fruto de la erudición alemana, que intenta aprender todo respecto a una cosa en vez de la cosa en sí misma».

Junto a sus colaboradores, publica numerosos libros sobre la didáctica del latín y el griego, aplicando lo que denominarán como «método directo». Tras lograr unos excelentes resultados que sorprenden a todo el mundo, el método se extiende por numerosas escuelas inglesas hasta llegar a Estados Unidos, donde se difunde con gran éxito.

Rouse llega a sostener que el método directo no solo es más rápido y más atractivo, sino que, además, «mantiene la atención en los detalles, la mente despierta, y permite a los estudiantes entender y apreciar las mejores cualidades de la mejor literatura».

En Dinamarca, Hans H. Ørberg (1920-2010) recoge lo que él mismo denomina el «gran experimento» de Rouse y su escuela, mejorando el método al prestar una mayor atención a la gradación de los textos y de la morfosintaxis, así como a la frecuencia del vocabulario. Decide aplicar al latín el «método natural» de Arthur Jensen y, tras varios años de trabajo, en 1955 publica su Lingua Latina secundum naturae rationem explicata, que fue perfeccionando año tras año hasta llegar a su redacción definitiva, Lingua Latina per se illustrata, en 1990:

Si artem legendi docere volumus, non incipiendum est a praeceptis grammaticis atque glossis; haec methodus, «deductiva» quae vocatur, perversa mihi videtur. Incipiendum est ab integris exemplis legendis quibus plane illustrantur formae et leges grammaticae et significatio vocabulorum. Haec methodus, «inductiva» quae dicitur, efficacem se praestitit qua linguae traderentur.

En nuestro país, se alzan voces como la de J. Jiménez Delgado (1909-1989), profesor en la Universidad Pontificia de Salamanca, quien publica en 1959 en la revista Estudios Clásicos el artículo «El latín y su didáctica», donde se pregunta: 

¿Por qué habrá maestros que se empeñen en seguir con procedimientos anticuados, sobre todo teniendo en cuenta el desinterés de la sociedad actual y de los mismos alumnos por el latín? […] No hay motivo para seguir enseñando el latín como lengua muerta, ni menos para continuar con una didáctica que solo engendra en los alumnos el tedio y la repulsa de la asignatura (Jiménez Delgado, 1959).


Por desgracia, ni fueron tenidos en cuenta los consejos de Jiménez Delgado, ni tuvo mucho eco la propuesta innovadora de Ørberg, pues la mayoría de los profesores y alumnos españoles seguían en sus clases el mal llamado método tradicional. 

Así, uno de los libros más conocidos y empleados en su momento fue el de Francisco Torrent (1925-2009), Latín 2º BUP, publicado por Sociedad Española de Estudios Clásicos en 1976, en cuyo prólogo se podía leer una verdadera declaración de intenciones:

La asignatura cuyo estudio vamos a comenzar tiene mucho de pasatiempo: en ella, como en un rompecabezas, es necesario encajar debidamente las piezas. […] Será indispensable repasar concienzudamente algunas nociones fundamentales de Gramática. Solo así pisaremos terreno firme y lograremos en nuestra asignatura la eficacia deseada (Torrent, 1976).


Ya en pleno siglo xxi, Wilfried Stroh, profesor emérito en la Universidad Ludwig-Maximilian de Múnich, (2007: 354) critica la metodología gramática-traducción en su libro El latín ha muerto, viva el latín

Es evidente que pocas personas querrán aprender latín según el método habitual de muchas instituciones, que lo convierte en una especie de álgebra superior o tal vez de química. 


Por lo que propone volver a la tradición representada por los humanistas y a la didáctica defendida por Comenius en su Novissima linguarum methodus (1648):

Discamus primo Latine balbutire, tum loqui; tandem Ciceronem, ut nobis dicendi quoque commonstret artificia, adibimus.

>> DESCARGA el artículo completo en pdf.

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21 marzo 2021

Se debe enseñar como el inglés

"Se debe enseñar como el inglés", entrevista de Alessandro Zaccuri a Luigi Miraglia


Publicado originalmente por Emilio Canales Muñoz el 14 de diciembre de 2014 en: http://enchiridionmagistrorum.blogspot.com/2014/12/se-debe-ensenar-como-el-ingles.html

Con motivo del congreso Studia Latinitatis Provehenda, celebrado en Roma los días 7 y 8 de noviembre, el periodista y escritor Alessandro Zaccuri entrevistó a Luigi Miraglia, y posteriormente la entrevista fue publicada en un artículo, que he traducido al español para el conocimiento del público de nuestro país.


Luigi Miraglia: “Se debe enseñar como el inglés”
  
Las ponencias del congreso de Roma se expresarán fundamentalmente en latín. Esto no es una novedad para el profesor Luigi Miraglia. Así se expresan en su Academia Vivarium Novum profesores y estudiantes, pero no para hacer un alarde de erudición. “El objetivo no es ni mucho menos ése”, puntualiza el latinista, al que los organizadores del simposio han encargado la moderación de la mesa redonda en torno al “método natural”.

-¿En qué consiste?

-En el proceso inductivo, que permite estudiar la lengua latina evitando convertirla en una especie de álgebra, como ocurre desgraciadamente en la mayor parte de las escuelas de Italia y del mundo. Hay una alternativa que consiste en aplicar al latín las mismas estrategias de aprendizaje en uso para cualquier otra lengua,

-En suma, se aprende el latín como se aprende el inglés.

-Sí, pero con una diferencia significativa. Ayudar a los alumnos a familiarizarse con el latín significa, en primer lugar, ponerlos en disposición de leer con fluidez los textos de una tradición que, en el caso del latín, además de los autores clásicos, pasa por Petrarca y Maquiavelo, y llega a Giambattista Vico y más allá. La literatura medieval y renacentista, los tratados científicos que han forjado la modernidad, muchísimos de los libros fundamentales, que han marcado un punto final en nuestra historia: de eso estamos hablando, y estamos hablando de lectura, insisto, no de una penosa traducción palabra a palabra, lograda con la obsesiva consulta del diccionario y la continua búsqueda en los manuales.

 -¿Se puede lograr?

-Se puede lograr, lo aseguro. Actualmente en Italia en torno a unos cuarenta mil estudiantes usan los textos creados por nuestra Academia. Un dato prometedor, aunque no se debe infravalorar el problema de formación de los docentes, que a menudo se entusiasman por la novedad del método inductivo, pero después terminan por reconducirlo a la vieja lógica deductiva, como si fuese un soporte para los controles de gramática. No estoy diciendo que la gramática no sea útil, entendámoslo, pero es urgente encontrar una modalidad de enseñanza más vivaz, capaz de apasionar y entusiasmar a los jóvenes. Si no actuamos a tiempo, corremos el riesgo de perder una tradición milenaria. Sería el resultado final de aquella crisis del humanismo que en los inicios del siglo XX fue denunciada por intelectuales como Thomas Mann y Benedetto Croce, y que ahora se está manifestando en toda su gravedad.

-¿No le parece que es demasiado pesimista?

 -Mire, esta es la constatación de un estado de facto, pero, por suerte, hay motivos para ser optimistas.

-¿Me podría indicar uno?

En los próximos días, en el desarrollo del congreso para el cincuentenario del Pontificium Institutum Altioris Latinitatis, Vivarium Novum firmará un acuerdo marco con la Universidad de Roma Tor Vergata. Será el inicio de una colaboración de la que todos nosotros esperamos mucho. El Ateneo pone a nuestra disposición Villa Mondragone, uno de los más imponentes edificios barrocos del Lacio. Desde aquí el papa Gregorio XIII promulgó, en 1582, la bula Inter Gravissimas, relativa a la reforma del calendario, aquí Galileo experimentó por primera vez el uso del telescopio, aquí vivió una Goethe durante un tiempo…”

-¿Y qué harán ustedes?

Daremos vida a un Campus Internacional del Humanismo, donde jóvenes procedentes de todo el mundo profundizarán en el estudio del latín con características muy innovadoras. Los cursos, que no durarán menos de un año, estarán dirigidos a estudiantes universitarios y de los últimos años de las escuelas superiores. Se trata de una iniciativa que ya ha recibido el aval de muchas instituciones, partiendo de Roma capital. Hay en proyecto muchísimas actividades, no solo didácticas: festivales musicales, teatrales, cinematográficos, debates…

-Ambicioso proyecto…

Sin duda, pero ya no podemos contentarnos con una defensa meramente retórica de los principios del Humanismo. Es el momento de llegar al fondo, a las raíces, y el latín, junto con el griego, es nuestra raíz más auténtica.

La extraña odisea del latín y el griego en Secundaria

La extraña odisea del latín y el griego en Secundaria

Por: | 10 de octubre de 2013

Autor invitado: CARLOS MARTÍNEZ AGUIRRE, poeta, profesor de Latín y Griego de Secundaria, y autor de La extraña odisea. Confesiones de un filólogo clásico, de reciente publicación.

PUBLICADO EN: https://blogs.elpais.com/ayuda-al-estudiante/2013/10/la-extra%C3%B1a-odisea-del-latin-y-el-griego-en-secundaria.html

El mismísimo Baco en su carro de panteras parecía haber llegado a Almuñécar. O quizá un nuevo Hércules libertario dispuesto a romper las pesadas cadenas gramaticalistas que desde hace un siglo soportan los estudios latinos. Ocurrió a principios de abril del año 2005. El latinista danés Hans H. Ørberg pronunciaba una conferencia en la localidad granadina invitado por la Asociación Culturaclásica.com. Una entusiasta audiencia de profesores de Secundaria recibió y arropó al octogenario erudito con un cariño y admiración como pocas veces he visto en nuestra especialidad. Muy pocos profesores de Universidad aparecieron por el acto. Tan solo algún insigne heterodoxo como Ramón Irigoyen saludó la llegada del humilde sabio danés.

Y, sin embargo, la obra de Hans H. Ørberg ha supuesto en los últimos años una verdadera revolución en la enseñanza del latín en nuestro país. Estoy convencido de que merece la pena que los lectores que llevan años sin ningún contacto con el latín y el griego sigan leyendo este artículo, porque el de Ørberg es un caso muy interesante de éxito educativo en un ámbito, el de las lenguas clásicas, de gran complejidad y problemas estructurales. Su obra maestra de la didáctica, Lingua Latina per se illustrataes a día de hoy empleada por más de 500 centros de Secundaria de España. Es el manual de latín más vendido en Italia desde hace una década y la referencia absoluta en la enseñanza autodidacta del latín en todo el mundo.

¿Pero qué hace tan especial el método Ørberg? Muy sencillo: recupera la tradición humanista de la enseñanza del latín a partir de la propia lengua. Es decir, con su método ya no se aprende el latín como si se tratase de un complejo ejercicio de lógica, sino mediante el uso de la lengua (como se hace en las lenguas vivas), empezando con diálogos y textos muy sencillos, y avanzando poco a poco, de forma que los alumnos aprenden a hablar y escribir en latín fácil en vez de enfrentarse a golpe de diccionario y reglas gramaticales a complejos textos literarios que tuvieran que descifrar como si se tratase de resolver un sudoku o un código secreto.

El método Ørberg supone para los profesores que se aventuran con él un auténtico reto; ante todo, por la dificultad del cambio de metodología. Aunque pueda resultar extraordinariamente llamativo para los profanos, los profesores de Clásicas generalmente no saben hablar latín. Comenzar a enseñar la lengua como si se tratase de eso (una lengua, y no un mero conjunto de reglas de morfología y sintaxis) exige un enorme esfuerzo de preparación, estudio y reciclaje por parte del profesorado. 

Pero los resultados obtenidos merecen la pena: los alumnos que completan con éxito el primer volumen del método (algo perfectamente posible en dos cursos de Bachillerato bien aprovechados) adquieren tal soltura en la lectura de textos latinos que incluso son capaces de leer a autores como César de corrido y sin diccionario. He tenido alumnos que resolvían la traducción del examen de selectividad de un vistazo y en menos de cinco minutos. Esto, con la metodología de gramática y traducción es algo de lo que no son capaces ni nuestros licenciados universitarios.

Musas
Eso respecto a la enseñanza del latín. ¿Pero qué pasa con el griego? Muchos profesores de Secundaria partidarios de la renovación metodológica nos hemos propuesto buscar nuevas vías para revitalizar la enseñanza de una de las asignaturas más necesarias y, sin embargo, amenazadas del actual sistema educativo.

Por desgracia no existe ningún manual similar a Lingua Latina per se Illustrata para enseñar griego clásico. Lo más parecido es el método Athenaze en su versión italiana, una adaptación del Curso de griego de Oxford, pero ni su metodología ni sus resultados se pueden comparar a los del método Ørberg.

En mi opinión, la revolución que tiene que llegar a la enseñanza del griego en España debería plantearse en términos distintos a la que se está viviendo con el latín.

Decía que el método Ørberg supone una vuelta a la tradición humanista y renacentista de la enseñanza del latín. Pues eso mismo debería hacerse con el griego. ¿Y cómo aprendían griego los humanistas? Pues igual que el latín, es decir, como una lengua viva. Con la diferencia de que el griego realmente era (y es) una lengua viva. Es decir: los humanistas aprendían el griego de sus contemporáneos griegos venidos de Constantinopla.

Existe el equivocado prejuicio de que el griego moderno y el antiguo son lenguas distintas (algo así como el latín y el castellano). Esto no es verdad. Es cierto que existen importantes diferencias en la sintaxis, y algo menores en la morfología (no tantas en la forma más culta del griego moderno), pero lo fundamental es que el 60% del léxico griego actual es exactamente igual que el del griego clásico (más otro 20% de neologismos de raíz clásica, palabras del tipo teléfono...).

De esta forma, un alumno que domine el griego actual (incluyendo su forma culta, llamada Katharévusa) no tendrá casi ningún problema a la hora de leer textos clásicos en el original. Esa era la forma que tenían los humanistas de aprender griego, a través del moderno: empezando por la conversación sencilla en la lengua cotidiana, siguiendo por el aprendizaje de la lengua culta contemporánea y los textos evangélicos, y terminando con la lectura de los grandes clásicos de la antigüedad.

¿Por qué no emplear este sencillo método también en nuestros centros de Secundaria? No sólo daría una nueva utilidad y atractivo a nuestra materia, sino que recuperaría uno de los principales valores del estudio del griego. Un valor extraordinario que, inexplicablemente, la mayoría de los helenistas ignoran: el griego es la única lengua europea con más de 3.000 años de continuidad, y unidad histórica y literaria. 

Grecia 2
No se trata de convertir la clase de Griego del Bachillerato en un curso de griego moderno conversacional que sólo sirva para comprar un billete de autobús en Atenas, sino de mantener la enseñanza de la cultura y la civilización griega, pero accediendo a su lengua a través de la forma moderna, mucho más próxima y atractiva para nuestros alumnos de Secundaria. La experiencia me demuestra que incluso aquellos alumnos que van a estudiar Filología Clásica tienen una ventaja enorme si al comenzar la carrera cuentan con una buena base de griego moderno.

Ofertar el griego de esta manera, además, permitiría que fuese accesible también a los alumnos del Bachillerato científico (quienes, inexplicablemente, hoy no pueden cursar lengua griega a pesar de la evidente utilidad que supone el conocimiento de léxico griego para cualquier episteme) y permitiría añadir un atractivo innegable a nuestra materia para aquellos alumnos interesados en carreras de turismo, comercio, diplomacia, etc.

Estoy seguro de que en pocos años, igual que sucede ya en Francia y otros países de nuestro entorno, nuestros centros de Secundaria comenzarán a ampliar la oferta de segundas lenguas de forma considerable (alemán, chino, árabe, italiano...). Si para entonces los profesores de griego no hemos comenzado a tomar posición, habremos desperdiciado la última oportunidad de mantener la presencia de nuestra querida lengua en los institutos. En beneficio no ya de nosotros mismos, sino de nuestros estudiantes.

 

Nota sobre el autor

Carlos Martínez Aguirre es desde hace más de 10 años profesor de Griego y Latín en Enseñanza Secundaria. Además de su actividad docente, sus poemas han sido recogidos en antologías de poesía reciente y premiados en distintos certámenes.

Ha sido profesor de español en el Instituto Cervantes de Atenas y becario de investigación en el Instituto de Estudios Bizantinos de la misma ciudad. Durante dos cursos residió en París y Bretaña, donde trabajó como auxiliar de conversación de español. 

ExtrañaodiseaMe envió un mensaje en el que se ofrecía a mandarme un libro que acababa de publicar: La extraña odisea. Confesiones de un filólogo clásico, Yo no lo conocía, pero me picó mucho la curiosidad que alguien se animara a publicar un libro tan fuera de la ola del momento. Me comprometí a leerlo y a decirle lo que me parecía. “Le felicito por haberlo publicado (ya escribirlo es muy meritorio, pero publicarlo en estos tiempos es casi imposible)”, le dije por mail. Me llegó un viernes y ese sábado por la mañana me dispuse a hojearlo, aunque en mi fuero interno solo me había comprometido a leerlo en los siguientes meses.

¿Hojearlo? No pude parar hasta el final. Me pareció una delicia. De gran interés y con un sentido del humor impresionante. En él vuelca con finura e ironía su profundo amor a la verdad y sus experiencias como alumno y profesor de lenguas clásicas. Además, refleja con lucidez la profesión docente, con sus luces y sus sombras. Así que le pedí que escribiera este post.

Os recomiendo de verdad que leáis el libro. Lo disfrutaréis, os reiréis y sentiréis la emoción del docente que se esfuerza en encontrar el mejor camino hacia el éxito de sus estudiantes.

Por cierto, en él habla de la mejor profesora de su vida, Mª Ángeles Martín Sánchez, por lo que le pedí que escribiera un post sobre ella para la serie El mejor profesor de mi vida. Aquí podéis leer su post del pasado verano, titulado Era el ejemplo vivo de las virtudes a las que debíamos aspirar.

09 enero 2021

Didáctica de las lenguas clásicas

Didáctica de las lenguas clásicas  

Carlos Mtnez. Aguirre, 04/01/2009 (publicado originalmente en el blog Erasmusreloaded en enero de 2008)

Resumen de las metodologías didácticas de las lenguas clásicas:

1. MÉTODO GRAMÁTICA-TRADUCCIÓN (Tradicional)

Es el método con el que hemos aprendido todos los filólogos clásicos. Se empieza directamente con el estudio pormenorizado de la gramática, la explicación de su casuística, y a continuación se realizan ejercicios de traducción sobre los puntos de gramática estudiados.

El método de gramática-traducción (a veces erróneamente llamado tradicional) tiene su origen en la época de la Ilustración. Con anterioridad, los humanistas como Erasmo, Comenio y Vives enseñaban el latín mediante la repetición y práctica de pequeños Colloquia elaborados por ellos mismos.

El método de gramática-traducción, por el contrario, se centra en el estudio científico y filológico de la lengua.

Virtudes del método: 

El alumno alcanza una gran competencia en aspectos gramaticales que le serán de gran ayuda si se dedica a estudios filológicos. Se analizan y estudian las distintas categorías morfosintácticas e incluso fonéticas con notable solvencia. Otra virtud de este método es que trabaja (al menos los mejores manuales del mismo así lo hacen, como es el caso de la Nueva Gramática Latina de Rubio o las Antologías Griegas de Adrados) exclusivamente y desde el principio con textos originales, lo cual evita presentar ejemplos erróneos, algo muy probable y frecuente cuando se producen textos "artificiales" en una lengua clásica (y de la que por tanto no somos hablantes nativos).

Problemas del método: 

El alumno desvincula la lengua real de la gramática. El aprendizaje de la misma es pasivo e ineficaz para alcanzar competencias activas orales y escritas y, lo que es más grave, comprensivas. El aprendizaje de léxico es muy costoso y, con frecuencia, mínimo.

Todos sabemos cómo licenciados e incluso profesores en activo de latín y griego, incluso los más aplicados y constantes, son literalmente incapaces de leer con comodidad textos clásicos de dificultad mediana (quien haya asistido como miembro de un tribunal de oposición a las lecturas de las "traducciones sin diccionario" sabe bien de qué hablo), viéndose obligados a acudir continuamente al diccionario o a hacer conjeturas sobre formas de las que no están seguros. Desde el punto de vista del aprendizaje de las lenguas este método está totalmente desterrado de la didáctica de las lenguas modernas, y ha sido superado gracias a las teorías de la lingüística cartesiana y cognitiva. Cualquier estudiante de alemán (por citar una lengua bastante más difícil para un español que el latín) alcanza una competencia en este idioma en dos años de Escuela Oficial de Idiomas muy superior a la de la mayoría de nuestros licenciados de Clásicas.

Conclusión: 

El método de gramática-traducción parece más bien indicado para un estadio avanzado del aprendizaje. El alumno con vocación que domine la lengua de forma activa y fluida, encontrará apasionante entrar en pormenores filológicos. Insistir, sin embargo, en aplicar el método de gramática-traducción en los primeros niveles, parece que da unos resultados paupérrimos en la mayoría de los alumnos, condenándolos a la frustración y al fracaso en el verdadero dominio de las lenguas clásicas.


2. MÉTODO DE INMERSIÓN REPETITIVA (también conocido como Método natural o Reading Method)

Introducción: 

Los primeros tanteos hacia una renovación de la didáctica de las lenguas (modernas) partían de la psicología cognitiva. Se pretendía que el estudiante debía aprender la lengua de forma "natural", es decir, de la misma forma que el bebé aprende su lengua materna: oyendo (sin entender), repitiendo, y después relacionando. Este enfoque revolucionó enormemente la enseñanza de lenguas extranjeras, aunque esta es una revolución que hoy ha quedado superada. A este tipo de métodos se les llamó "naturales" o, más propiamente métodos de inmersión repetitiva.

Virtudes y problemas: 

Indudablemente el nuevo enfoque tuvo resultados mejores que los del método de gramática-traducción, aunque pronto se vio que era insuficiente. Los mismos psicólogos reconocían que el cerebro del niño está configurado de una forma especial que le hace especialmente capaz para el aprendizaje repetitivo, algo que no sucedía en los adultos. Así un niño de dos-tres años es capaz de memorizar una cantidad de palabras diarias muy superior a las que un adulto es capaz.

Un ejemplo claro de aplicación de este método es la conocida serie Assimil, que incluso hoy cuenta con sus partidarios. Esta serie sigue siendo una de las mejores opciones para el aprendizaje autodidáctica, aunque la aplicación del método de inmersión-repetición en clase ha sido hoy prácticamente abandonada en favor de otras metodologías más comunicativas.

Aplicación del método de Inmersión repetitiva en las lenguas Clásicas: 

Este tipo de metodología ha tenido más éxito del que pudiera parecer dentro de las lenguas clásicas. No sólo existen versiones del método Assimil en latín y griego clásico, sino que varios de los métodos didácticos nuevos aparecidos para latín y griego, parten de esta metodología. Los más conocidos son: Reading Latin, Reading Greek, Curso de latín de Cambridge, Método de latín de Oxford, ΑΘΗΝΑΖΕ (Oxford), ΘΡΑΣΥΜΑΧΟΣ y ΜΕΘΟΔΟΣ..

En efecto en todos estos métodos se presenta al alumno un texto sencillo escrito en latín o griego (artificial). Una vez comprendido el texto (o bien consultando la traducción, o bien con la ayuda del profesor) el alumno debe memorizar el texto aprendido a base de oírlo una y otra vez en voz alta (de las grabaciones o del profesor) y de leerlo él mismo una y otra vez. En este método la repetición continua del texto es fundamental, a cada paso que damos, debemos volver a releer y releer lo ya visto, insistiendo en la lectura en voz alta y en escucharlo del profesor o de las grabaciones.

Sin embargo, en numerosas ocasiones he visto a profesores utilizar estos libros contraviniendo los principios básicos de la metodología, pues en vez de facilitar a los alumnos la comprensión del texto, les obligan a ser ellos los que lo "descifren" a base analizar y consultar el glosario (desordenado, para más inri), con lo que la mayor parte del esfuerzo del alumno se consume en resolver un rompecabezas incomprensible, y lo que es peor: una vez "analizado y traducido el texto", ya no vuelven a leerlo (cuando la idea del método es leer los textos no una, sino decenas y decenas de veces), por lo que ni el léxico ni la gramática van siendo asimilados.

El resultado es que quien aplica estos métodos dedicando casi todo el tiempo -y esfuerzo- a la traducción del texto a la manera del método de gramática-traducción, no nota diferencia alguna entre este sistema y el método de gramática traducción.


3. MÉTODO INDUCTIVO-CONTEXTUAL (Ørberg)

Merece un capítulo aparte el método desarrollado por el profesor danés Hans Henning Ørberg: Lingua Latina per se illustrata.

Hans Ørberg se basó en las investigaciones de su compatriota Otto Jespersen, uno de los grandes pioneros de la didáctica activa de los idiomas y creador del llamado método directo, que puso las bases de toda la didáctica de segundas lenguas posterior.

El método contextual de Ørberg propone la inmersión del alumno en la lengua extranjera (en este caso el latín), pero dentro de un contexto en que el alumno pueda deducir el significado de todas y cada una de las palabras sin tener que acudir a una lista de vocabulario. Esto, que en didáctica moderna se conoce como teoría de información+1 (i+1) es sin duda la clave del éxito del método de Ørberg y su diferencia fundamental con los otros métodos "naturales" expuestos en el mensaje anterior.

Virtudes del método Ørberg: 

En primer lugar el alumno obtiene una gran satisfacción al poder entender el texto directamente sin tener que analizarlo previamente. Esto, además, provoca una reacción motivadora, bien estudiada por la psicología cognitiva, que favorece enormemente la asimilación eficaz y real del léxico y la gramática. El llamado enfoque contextual además invita al repaso de lo ya visto como medio verdaderamente eficaz. Cuando el alumno no recuerda el significado de alguna palabra ya aparecida, no necesita acudir al diccionario, sino que basta con repasar el pasaje donde apareció esta palabra por primera vez para que recuerde perfectamente su significado gracias al contexto. Los resultados del método de Ørberg, en comparación con los anteriores, son sencillamente espectaculares.


4. MÉTODO COMUNICATIVO

El método comunicativo es, actualmente, el enfoque prácticamente utilizado en todos los institutos de idiomas extranjeros del mundo, por ejemplo en el Instituto Cervantes, en el British Council o en la Alliance Française.

Actualmente no hay ninguna discusión al respecto de que el método comunicativo es el más eficaz para desarrollar en el menor tiempo posible las destrezas oral, auditiva y de la lectura-escritura, y ningún manual serio (salvo la vieja serie Assimil, que en cualquier caso no se utiliza en ningún centro de enseñanza que conozca, y es más bien una serie para autodidactas) de lengua extranjera emplea otro método que no sea este.

Sin embargo los filólogos clásicos parecemos empeñados en negar la evidencia. En ningún centro, en casi ninguna universidad (¡casi!, en España en la Universidad de Cádiz un grupo de irreductibles latinistas se han atrevido a aplicar este método al latín) se emplea la didáctica activa para las lenguas clásicas.

Luego nos quejaremos de que llamen a nuestras lenguas "muertas". ¿Quién está matando al latín y al griego si no somos nosotros mismos que nos empeñamos en apartarlas del "mundo de los vivos"?

Pero vayamos por partes: ¿Qué es el método comunicativo?

En principio el método comunicativo parte de un enfoque muy parecido al de Ørberg: el enfoque contextual. La diferencia fundamental es que en el método comunicativo el contexto es algo vivido: un diálogo, una situación de vacío comunicativo que se invita al alumno a completar. El alumno deduce por el contexto lo que está sucediendo. Se enfrenta a una situación de inmersión lingüística (en ningún Instituto Cervantes se permite utilizar en clase otra lengua que no sea el castellano -salvo casos muy puntuales-), pero esa inmersión lingüística ya no surge de la lectura repetida, como en la enseñanza de los humanistas o la del Assimil, sino que está controlada mediante las reglas de información previa + 1.

Esto significa que en la información que el alumno recibe siempre habrá algo que ya sepa (o bien por su experiencia personal o bien por el contexto de la situación o bien porque ya lo ha aprendido anteriormente), de forma que la nueva información que recibe puede deducirla y asimilarla gracias a esa información previa.

¿Tiene sentido un método comunicativo en las lenguas Clásicas?

Yo creo que sí. y no por una cuestión de si sirve para algo hablar latín o griego clásico sino por razones más prácticas: el método comunicativo, sencillamente, ha demostrado que es el más eficaz para el aprendizaje de la lengua en todos los niveles, también en el de la lectura. El problema fundamental para la aplicación de este método es otro: ¿estamos preparados los docentes para ello? ¿Tenemos la competencia suficiente como para dar una clase oral en latín o griego? Creo que es evidente que quienes hemos sido formados con el método de gramática-traducción estamos muy lejos de ello.

En mi opinión la mejor opción es pasar cuanto antes y sin temor a métodos más activos (de inmersión repetitiva o inductivo-contextual), con los cuales no sólo el esfuerzo de nuestros alumnos dará mucho mejores frutos, sino que nosotros mismos veremos como se cumple el dicho latino dum doceo disco, y quizás, con el tiempo, podamos ir introduciendo en nuestras clases actividades y metodologías cada vez más comunicativas.

Audaces Fortuna iuvat.

08 enero 2021

La gran estafa de la Filología Clásica

La gran estafa de la Filología Clásica

Carlos Mtnez. Aguirre, enero 2008 (publicado originalmente en el blog Erasmusreloaded

Como la mayoría de los que nos dedicamos a la enseñanza de lenguas clásicas, estudié los cursos de latín y griego del bachillerato y, posteriormente, los cinco años de la facultad. No fui mal estudiante, creo que muy pocos estudiantes de clásicas lo son: casi todos elegimos esta carrera por vocación y dedicamos muchísimo esfuerzo a la misma, y en mi caso tales esfuerzos se vieron recompensados con un buen expediente, con bastantes matrículas de honor tanto en lengua latina como griega, y en general pienso que mis profesores estaban satisfechos conmigo.

No es que trate aquí de presumir. Todo lo contrario. Porque lo cierto es que al terminar la carrera yo era incapaz de traducir sin diccionario el texto griego o latino más simple, e incluso provisto de diccionario aún me llevaba un tiempo considerable y el resultado no era siempre el más deseable. Creo que esto es algo común a la gran mayoría de los licenciados de clásicas, aunque muy pocos se atrevan a confesarlo (como en el cuento de El traje nuevo del emperador, el que diga la verdad será acusado de ignorante).

Es lo que yo denomino, parafraseando el título de un famoso documental sobre los Sex Pistols: La gran estafa de la Filología Clásica.
Me refiero a que al empezar a estudiar Clásicas yo pensaba que cuando terminase la carrera dominaría el latín o el griego con la misma facilidad con que un licenciado de filología inglesa -por ejemplo- domina el inglés. Es decir: pensaba que al terminar mis estudios sería capaz de poder charlar y escribir en latín, o de sentarme tranquilamente con mi pipa junto a la chimenea a leer a Platón o a Séneca... y lo cierto es que mi dominio del latín era menor que el que tiene de inglés cualquier licenciado...¡de bachillerato!

La verdad es que eso era algo de lo que ya me fui dando cuenta durante la carrera. Creo que fue en tercero cuando le pregunté a una profesora: "¿Pero algún día llegaremos a poder leer el griego sin tener que "traducir"?" y ella me contestó: -bueno, eso se consigue después, cuando lleves unos años dando clases.

He hablado de este tema con muchos amigos licenciados como yo y todos comparten la misma frustración. Y os aseguro que algunos de estos amigos con los que he hablado de ello son estudiantes brillantísimos, pero todos estamos de acuerdo en sentir una profunda insatisfacción con la competencia adquirida en la Universidad. La mayoría de ellos -como me pasaba a mí antes- simplemente lo aceptan como algo fatal: es como si las lenguas clásicas fueran solo accesibles a unos pocos hiperbóreos, grandes gurús de la filología, mientras que el resto de los mortales nos tenemos con conformar con revolotear alrededor la morfología y la sintaxis, pero sin poder llegar nunca a dominar las lenguas totalmente.

Lo curioso es que varios de estos compañeros míos, a lo largo de estos años han llegado a dominar otras lenguas extranjeras -inglés, francés, alemán- con una competencia mucho mayor que la de su supuesta especialidad y, curiosamente, dedicándoles mucho menos esfuerzo. La respuesta al misterio parece otra vez relacionada con el mito de los hiperbóreos: está claro que no se puede comparar la complejidad y sutileza de las lenguas clásicas con la de las modernas, y es por ello que estas son mucho más fáciles de aprender.

Con estas peregrinas ideas, dignas de la élite filológica que pretendemos representar, terminé yo la carrera y, por casualidades de la vida, al año siguiente fui a parar a Atenas, donde me dediqué a trabajar como profesor de español lengua extranjera (ELE) y a aprender griego moderno. Mi experiencia en Atenas fue crucial para mí pues me ayudó a resolver de una forma absolutamente inesperada muchas de las dudas de las que acabo de hablar respecto a esa sensación de "frustración" que tuve al terminar la carrera.

Tanto mi experiencia como profesor de ELE como la de alumno de griego moderno fueron importantes en este aspecto. Cuando me contrataron como profesor de español en el Instituto Cervantes, la verdad es que yo estaba bastante preocupado debido a mi total falta de experiencia y, sobre todo, a cómo sería yo capaz de dar clase dado que mi conocimiento del griego moderno en aquel entonces era absolutamente nulo. Para mí enseñar una lengua consistía, fundamentalmente, en enseñar su gramática, y hacer esto sin utilizar la lengua del alumnado, me parecía imposible. Así se lo hice saber a mi jefe de estudios (con cierto temor, la verdad, de que eso me costase el recién adquirido puesto), y la respuesta me dejó totalmente perplejo:
-¿Que no sabes griego moderno? ¡Ni yo tampoco! ¿No pensarás que vas a enseñar español hablando otra lengua?
Me parecía increíble. Yo insistí con mis dudas: entonces cómo iba a explicar la gramática, el vocabulario...
-No te preocupes, me dijo. Tu sigue el manual y háblales todo el rato en español; verás como te entienden.

Parecía como cosa de magia, pero ante mi sorpresa vi que aquello funcionaba. Y lo mismo me sucedía como alumno en mis clases de griego moderno: en el grupo donde estudiaba la profesora sólo nos hablaba griego moderno ¡y la entendía perfectamente desde el principio! -y que nadie piense que el haber estudiado griego clásico me ayudó mucho... como me iba a ayudar, si los estudiantes de clásicas casi no aprendemos vocabulario.- Lo cierto es que en seis meses de estudiar griego moderno había aprendido más -y con muchísimo menos esfuerzo- que en siete años de griego clásico.

Alguien podría pensar que esto es normal debido a que, además de las cuatro horas de clase que recibía cada día, vivía en el país en contacto con griegos. Reconozco que esto es cierto -aunque sigue sin justificar qué diablos había yo aprendido en mis siete años de griego clásico- , pero hay otro detalle que me gustaría destacar: mis alumnos de español (que obviamente no estaban todo el día en contacto con españoles) también avanzaban a una velocidad inmensamente superior a la de cualquier estudiante de clásicas de primer curso. Lo que es más: los alumnos de segundo curso habían adquirido una competencia mucho mayor que la de nuestros licenciados de clásicas. Yo ya había sacado mis propias conclusiones: el problema no estaba en las lenguas, sino en el método empleado para aprenderlas. Desde aquel momento tuve la absoluta certeza de que si durante la carrera me hubiesen enseñado latín o griego con el mismo método con el que yo aprendía griego moderno o enseñaba español a mis alumnos, al acabar la carrera sí que hubiese podido leer tranquilamente a Ovidio o Herodoto sin tener que echar mano del diccionario cada cuatro palabras.

Todas estas reflexiones me llevaron a entusiasmarme con la didáctica de las lenguas modernas. Tuve la ocasión de leer bastante al respecto -la bibliografía científica sobre didáctica de las lenguas modernas es espectacular- e incluso realicé un máster del Instituto Cervantes sobre el particular.

Según fui profundizando en la materia mis ideas acerca de la necesidad de aplicar los métodos de la didáctica de lenguas modernas a las clásicas se fue haciendo más firme. Recuerdo que en cierta ocasión asistí a una conferencia en la que una profesora de ELE hacía un resumen de los distintos métodos de enseñanza de las lenguas en donde -sin citarnos- describía el que empleamos en clásicas (conocido generalmente como método de gramática-traducción) y lo ponía como ejemplo claro de cómo no se debe enseñar una lengua. (Años después descubrí este interesantísimo artículo 'Como NO se enseña latín', donde a cada línea reconocía mis mismas ideas y experiencias.)

Cuando regresé de Grecia la verdad es que no estaba muy seguro de a qué me iba a dedicar. Me interesaba muchísimo el mundo de la enseñanza del español lengua extranjera, y anduve tanteando las posibilidades de seguir en él en España o en algún otro país, y en esto estaba cuando me enteré de que salían oposiciones de griego.

Llevaba tres años sin dedicarme al griego clásico y, sin embargo, era consciente de que entendía los textos clásicos mucho mejor que cuando terminé la carrera. ¿Por qué? Sencillamente porque ahora dominaba bastante bien el griego moderno y eso me beneficiaba enormemente en el vocabulario. Al acabar la carrera no era capaz de entender casi nada de un texto sin diccionario que no hubiese preparado previamente; después de aprender griego moderno mi caudal léxico era muchísimo mayor, así que me presenté a las oposiciones y las saqué. Estoy seguro de que la clave estuvo en la traducción sin diccionario.

Mi primera idea al verme profesor de griego -y latín debido a que en la mayoría de centros basta con un profesor para impartir ambas materias- fue el buscar métodos para poder impartir las lenguas clásicas como si fuesen modernas. Para mi desesperación no había nada; ni siquiera existía una bibliografía mínima sobre el tema. La filología clásica se había quedado obsoleta, y así no era de extrañar que nuestras disciplinas cada vez
estuviesen más arrinconadas y casi al borde de la desaparición: todos los estudios de los filólogos más importantes desde Chomsky que tienen como fruto la renovación de los métodos didácticos de lenguas extranjeras, son ignorados por los filólogos clásicos. La filología clásica parece vivir de espaldas a los principales avances de la lingüística general.

La lingüística general actual ha apostado de forma científica e indudable por el enfoque comunicativo como el mejor y más productivo método de la enseñanza de las lenguas y, sin embargo, en el mundo de la filología clásica esto es absolutamente ignorado. Cuando en filología clásica se habla de "métodos modernos" en lo que se piensa es en aplicaciones informáticas con paradigmas que hay que rellenar en el ordenador o análisis sintácticos realizados con ayuda de un retroproyector. En mi opinión todo esto solo demuestra lo atrás que nos hemos quedado respecto a los avances reales y científicos de la filología. Una pena que los que presumíamos de ser la vanguardia y la éliete de los estudios filológicos nos hayamos quedado casi un siglo atrás de nuestros colegas de las filologías modernas.

Finalmente, y tras mucho buscar, encontré algunos materiales interesantes y que realmente proponían metodologías distintas de la tradicional (y me refiero a metodologías didácticas basadas en fundamentos científicos, porque insisto en que cambiar el libro y la cuartilla por un ordenador o un video para seguir enseñando listas de paradigmas no es proponer una metodología distinta). Todo ello me valió para hacerme un cuadro de los distintos métodos -incluyendo el tradicional- con los que se enseñan las lenguas clásicas en la actualidad.

En los últimos tres cursos he trabajado en clase con el método del profesor H.H. Ørberg y estoy enormemente satisfecho de los resultados obtenidos: lo único que lamento es no tener un año más de bachillerato para poder trabajar con este método, pues creo que, si lo tuviésemos, podríamos presumir, como el profesor Luigi Miraglia, de tener alumnos de bachillerato capaces de "leer páginas enteras de Livio o de Cicerón sin esfuerzo, comprender el significado de ellos palabra por palabra, saber repetir su contenido en un buen latín y superar incluso a licenciados en Clásicas en traducir a simple vista".

La situación del griego, sin embargo, es bastante distinta: no hay ningún manual que aplique el método inductivo-contextual (y mucho menos el comunicativo). Cuando descubrí y me enamoré del método de Ørberg, vi que en la web de la misma academia italiana donde lo conocí (Vivarium novum, dirigida por el citado profesor Luigi Miraglia), recomendaban un método similar para griego llamado Athénaze.

Conseguí la edición inglesa del mismo y con gran entusiasmo me dediqué a estudiarlo, pero en seguida me llevé una gran decepción al ver que el texto de Athénaze incumplía lo que, en mi opinión, es la clave del éxito del método de Ørberg: el enfoque inductivo-contextual. En este método, como ya se ha explicado, cada palabra nueva, cada elemento gramatical nuevo, puede ser deducido por el alumno en el mismo texto (regla de i+1), mientras que el método Athénaze presenta continuamente vocabulario y elementos gramaticales nuevos que el alumno no es capaz de deducir si no se los explican previamente (es decir: para entender el texto tiene que memorizar o consultar un vocabulario adjunto; para entender la gramática el profesor tiene que explicarle los conceptos nuevos que van a aparecer).

He tenido ocasión de ver la edición que Miraglia ha hecho del Athénaze y aunque no lo he podido leer a fondo, algunos colegas me aseguran que los resultados merecen la pena. Desde el punto de vista tipográfico y de presentación se parece mucho al método de Ørberg, desde luego, aunque el que el texto griego sea el de Balme (autor de la edición inglesa original) que no tiene un enfoque inductivo-contextual, me hace dudar un poco de la eficacia del manual.

Sin embargo Miraglia trata de suplir las carencias del texto mediante una enorme cantidad de ejercicios que ayudan a la asimilación del texto y la gramática de forma más inductiva. En cualquier caso todos esperamos con impaciencia que los profesores de culturaclasica.com, que tanto han contribuido a la difusión del Ørberg en España, consigan también publicar la traducción de la edición italiana del Athénaze, y lo podamos probar en las aulas.

07 enero 2021

El latín en España

Francisco Javier Bellido | Salamanca www.diarioliberal.com 22/03/2010 

'Terrārum dea gentiumque Rōma,
cui pār est nihil et nihil secundum'
(Martialis XII,8)

Las sucesivas reformas de las enseñanzas medias y su resultado han propiciado paulatinamente la agitación de opiniones y conciencias sobre los asuntos pedagógicos de la sociedad española. En cada una de dichas reformas se aducen argumentos múltiples, en su mayoría sofismas estúpidos que no resisten un mínimo análisis. Entran en juego, las más de las veces consideraciones administrativas, modernismos sin sustancia, prescripciones psicosociales. Nunca se pone el énfasis en el cuidado de la cultura de la memoria, de la inteligencia, del espíritu. Estamos sacrificando las convicciones de una sociedad milenaria como la nuestra a las convenciones oficiales, a unos irracionales intereses espurios, desertando de nuestro deber para con nuestros antepasados y nuestros descendientes. La cultura occidental nace en Grecia y Roma, y lo que de allí surge es una adquisición para siempre, κτñμα εiς aεi, que decía Tucídides, y no puede ser relegada a un pequeño grupo de sabios cada vez menor.

Surge así la gran pregunta, ¿para qué se estudia latín? Por sorprendente que pueda parecérnoslo, durante muchos y largos siglos el latín fue sinónimo de instrucción, sin aquél no podía darse ésta. A nadie se le hubiera ocurrido preguntar por su utilidad, porque negando la utilidad del latín se hubiera negado la enseñanza misma.

Caído el imperio romano, siguió siendo el latín la lengua universal. Fue instrumento indispensable de cultura, no siendo propiedad de nadie. El Renacimiento vino a resucitar la antigüedad clásica, e hizo soñar a muchos pueblos con volver a ella. Se estudió entonces el latín para sorberse y empaparse la cultura antigua, para dar unidad y forma a los anhelos de la época. Los sueños del Renacimiento dieron paso a una nueva época, en la que el transcendental humanismo fue sustituyéndose paulatinamente por la ideología. Todo fue revestido de ideología, hasta el punto que todo lo que hasta entonces era natural y eterno fue dividido y encajonado, sutilmente ideologizado, técnicamente racionalizado. Así se ha llegado al momento actual, la ideología lo cubre todo. La cultura del espíritu, el cultivo de la mente, de lo que el hombre ha sido y seguirá siendo en un futuro no tiene el más pequeño asiento en los modernos planes de enseñanza de esta nación llamada España.

La lengua griega y latina son monumentos imperecederos de nuestra cultura occidental, a cuyas fuentes hay que acudir para comprender enteramente todas las ciencias: astronomía, botánica, medicina, arquitectura, y muchas otras. Es necesario que entendamos bien el significado del estudio del latín y del griego: su estudio es una gimmnasia intelectual y cultural, una verdadera lógica inductiva aplicada. A partir de hechos fácilmente asequibles, al hablar la lengua, se ejercita el alumno en el saludable rigor del método inductivo. Así se despierta el sentido científico, quebrantando no pocas veces el ansia constante de apelar al sentido común, como el joven en el laboratorio, que mirando a través del microscopio sólo anota aquello que a simple vista puede ver.

Otra cosa es el resultado que de su estudio se ha sacado hasta ahora. Quien ha estudiado latín o griego en el bachillerato únicamente tiene el recuerdo de horas y horas tratando de descifrar un rompecabezas de palabras desordenadas en una frase como Humano capiti cervicem pictor equinam, que parecen haber sido hechas por los antiguos romanos para atormentar a las generaciones actuales. La mayoría de los que estudiaron las lenguas clásicas en el antiguo bachillerato tendrán el lamentable recuerdo de horas perdidas con el insufrible diccionario de latín. Habrá algunos, quizás un buen número que hayan sacado algún provecho, de lo cual me congratulo enormemente.

El gran mal que aqueja al estudio del latín y del griego estriba en los siguientes hechos: en primer lugar, en el tiempo que se le dedica en la enseñanza. Queremos que un alumno, en dos años de estudio, aprenda a traducir “Las Catilinarias” a base de reglas y reglas gramaticales y sintácticas, cuando es incapaz de entender la obra ya traducida. En segundo lugar, en haber dejado las lenguas clásicas como optativas, propiciando la idea de que el estudio de las letras es para los “torpes”, los “listos” hacen ciencias puras. ¿Qué dirían de ésto Gauss, Kepler o Newton, cuya obra fue escrita en latín? En tercer lugar, en que se aprende latín clásico como si fuera una auténtica “lengua muerta”, y su estudio cansa y disgusta a la mayoría de los alumnos por el hastío que les produce la lectura de cosas sin sentido, en las que no ven provecho inmediato.

El enfoque del latín debe ser enderezado, estudiado con juicio y ciencia. Hay que estudiarlo de forma más inductiva que deductiva, como cualquier lengua moderna. Se puede empezar a una edad temprana; no sólo es asequible a la inteligencia de los alumnos de primero de ESO el procedimiento lingüístico, sino que sirve a la vez para ayudar a su memoria. No hay mejor fórmula para la memoria que el enlace lógico de los conceptos paralelo al enlace objetivo de los hechos. Existen manuales del habla latina en Europa, como es el caso de Bélgica o Alemania, donde ya se ha comprobado que muchos alumnos, al terminar sus estudios medios, pueden leer, comprender y hablar la lengua latina. En España, El método Orberg, Lingua Latina per se illustrata, tiene una amplia difusión, y parece ser que supera a los otros manuales en precisión y esmero. No sólo es conocido en España, sino que en Estados Unidos, universidades como Kentucky o Harvard se sirven de este método. En el Colegio Montessori de Salamanca lo llevo utilizando varios años, y ya empiezo a ver resultados satisfactorios. Creo que el ejercicio práctico de hablar la lengua latina es un método inmejorable para entender y leer mejor los textos clásicos.

Podemos preparar a las generaciones futuras para que hagan un uso más racional y seguro de su lengua, que ganaría en precisión, fecundidad y libertad. A la vez obtendrían un grado no menor en cultura intelectual. La lengua latina es un organismo vivo que no sufre imposiciones caprichosas, y cuyo manantial brota del pueblo que puede hablarla. El Latín tiene la capacidad de sobrevivir y renovarse, no es una lengua del pasado, sino del futuro, que ayuda a conocernos a nosotros mismos y a crear nuestras propias identidades: los romanos dieron muchos ejemplos de ello. No son las condiciones de los alumnos el obstáculo para una gran reforma de la enseñanza, en donde el latín y el griego sean asignaturas obligatorias desde primero de la ESO. La gran rémora que impide este cambio son exclusivamente una parte pequeña del profesorado, una más amplia de la sociedad y la mayoría de la clase política, por miedo a encontrarse con una juventud erudita y preparada.

Francisco Javier Bellido es profesor de latín.

06 enero 2021

Didáctica moderna del latín

José Juan DEL COL. DIDÁCTICA MODERNA DEL LATÍN, 1998.

[Capítulos 2 y 4 del artículo ¿LATÍN HOY? (descarga completa en pdf), publicado por el Instituto Superior "Juan XXIII" de Bahía Blanca (Argentina), en 1998. Fuente: www.institutojuanxxiii.com.ar

 

2. CAUSAS DE LA DECADENCIA DEL LATÍN

         Es natural entonces preguntarse: ¿A qué se deberá la decadencia del latín en el sistema educativo de tantos países? Se han dado, o ensayado, múltiples respuestas, más o menos admisibles, tales como las siguientes:

- Culpables son los métodos empleados en su enseñanza-aprendizaje. Métodos aburridos, memorísticos, abstractos, centrados en la parte gramatical y no en la cultural, y además haciendo hincapié en un fárrago de reglas y excepciones. Cabe recordar aquí el dicho de Quintiliano: Aliud est grammatice loqui, aliud Latine (Una cosa es hablar con arreglo a la gramática y otra, hablar latín).

La excesiva importancia asignada a la gramática es un legado del Renacimiento. Los humanistas querían volver al latín clásico, de la edad de oro. De ahí el escrúpulo por la corrección gramatical. Modelo máximo para ellos era Cicerón. Pensaban que armar oraciones en estilo ciceroniano era el súmmum del humanismo. Hablar a lo Cicerón era como hablar a lo divino. Pero con el andar del tiempo esto fue sofocando al latín viviente, el latín de la vida ordinaria, el latín coloquial. Y se terminó por no hablar latín ni por hablar conforme a la gramática (Del Col, 1994). Con razón, Paul Pelletier (1970), al terminar una intervención suya en el IV Congreso Internacional por el Latín Viviente (Aviñón, 1-3 de abril de 1969), expresaba: «Nosotros no vivimos en tiempos de Cicerón. En cierto sentido, el gran enemigo del latín es el clasicismo» (p. 227).

         - Relacionado con una metodología desacertada, se halla el desinterés o más aún el fastidio de tantos alumnos. Lagunilla (1995) anota, al parecer exagerando y generalizando indebidamente: «El recuerdo del profesor de latín suele ir emparejado a rompederos de cabeza e interminables retahílas de declinaciones declamadas de memoria. Su estudio se asociaba más con el castigo que con la satisfacción que proporciona el conocimiento» (p. 28).

        - Otra razón que explica el desinterés o abandono a que ha estado sometido el latín: el escaso aprovechamiento, no obstante años de estudio. En la década del 60 se volvió famosa  la canción de Gianni Morandi ¿Che me ne faccio del latino? (¿De qué me sirve el latín?), interpretada entre nosotros por Violeta Rivas en la versión castellana de Ben Molar. En la letra original, sobre un tema de Marchesi, Bereta y Bertolazzi, el supuesto alumno de latín dice, , por ej.:

«¿Saben ustedes por qué lo he de estudiar,

pero no lo puedo hablar?

No soy un cretino, pero siempre en latín saco 3" .

Y prosigue:

«Si con el francés podría traducir a Johnny Hallyday,

si con el inglés podría entender a Frank Sinatra,

y con el brasilero podría escuchar a Joao Gilberto,

y no haría el papel de atontado,

preguntaré al profesor:

¿De qué me sirve el latín?»

Por el contexto se colige fácilmente que el latín no le sirve a ese alumno para entender a Ovidio, a Cicerón, a Nepote y a Augusto nombrados en la canción. En la traducción castellana aludida dos versos expresan con diáfana claridad:

«Estudio mucho, y al fin

no sé el latín» (Ludus, julio de 1995, p. 28-29).

 

Umberto Eco, en un artículo titulado sugestivamente «La tragedia posmoderna de la educación clásica» y publicado por el diario «La Nación» el 6 de octubre de 1996, se refería a una reforma del liceo clásico que se estaba debatiendo en Italia. Aunque opinando que  «ciertamente, el liceo a la europea (por ejemplo, el italiano tradicional o el francés) es un patrimonio que no debe perderse», hacía esta reflexión: «Pero también es cierto que el liceo clásico producía efectivamente en su mayor parte personas educadas que, si no se dedicaban luego a estudios específicos, en la edad adulta eran incapaces de leer de corrido el Apocalipsis». Y corroboraba su reflexión con una experiencia personal:

«Recuerdo que para el examen de latín en la Universidad había que llevar, además del curso normal, la obra completa de Virgilio o la obra completa de Horacio. En cuanto a versos, Horacio era la mitad de Virgilio, pero (se decía) con Virgilio se traduce casi a primera vista, mientras que Horacio es muy difícil. Pero (se decía) Virgilio es una pizza, mientras que Horacio es más divertido.

Elegí Horacio y me pasé un bochornoso verano preparándolo, con una compañera que cursaba ya el segundo año de letras clásicas y había salido a la madurez (= había conseguido la madurez clásica) con nueve en latín y griego. Habíamos sudado (...) y coincidíamos en que hacía falta trabajar en cada verso, para comenzar de nuevo en el verso siguiente. Después de ocho años de latín. Si uno no supiera leer a Shakespeare después de ocho años de lengua y literatura inglesas, será bueno para el neurólogo. Quizá lo éramos también nosotros dos, pero invito a todos los que hayan hecho ocho años de latín y cinco de griego (y no siguieron practicándolo) a que me digan, con una mano en el corazón, si podrían hoy arrellanarse bajo una sombrilla y leer a Homero y Propercio.«

- Otra razón que explica la decadencia del latín en la escuela es nuestra propia cultura materialista, consumista, que privilegia lo pragmático y lo tecnológico, descuidando o minusvalorando, en gran medida, la filosofía, la literatura, la historia y, en general, las ciencias humanas. De ahí la preferencia por una orientación escolar de tipo científico-técnico. Los mismos padres, que pagan los estudios de los hijos, eligen para estos o los presionan para que elijan carreras que conlleven a su término una salida laboral y la perspectiva de una buena remuneración. Esto vale sobre todo donde, como en nuestro país, es generalizada y aguda la crisis económica. Pero no vale igualmente en el caso de las mujeres. Para ellas se admite más fácilmente que se dediquen a profesiones mal remuneradas, ya que sus ingresos se consideran todavía complementarios a los del varón. Y esto explicaría la abrumadora presencia femenina en las aulas de lenguas clásicas, incluso en países, como Francia, que económicamente están en mejores condiciones que nosotros. En ese país, en el año 1989 casi todos los alumnos universitarios de esa especialidad eran de sexo femenino. El citado Luis Gil se pregunta «si las mujeres se convertirán en depositarias y difusoras de nuestro legado cultural, como lo fueron los monjes en la Edad Media, o, por el contrario, acabarán comportándose de modo tan materialista como los varones» (Lagunilla, 1995, p. 28).

     - Como motivo del abandono del latín en la escuela se indicó también este: su enseñanza es elitista, en pugna con el espíritu democrático propio de nuestra época. Umberto Eco (1994), por ej., confiesa que en la década del 70 había visto con beneplácito la eliminación del latín en la enseñanza media inferior obligatoria de su patria, Italia, justamente porque le parecía que «a esa edad se constituía en un elemento de discriminación entre niños de distinta extracción social». Pero si era materia obligatoria para todo el alumnado, no se ve dónde estaba el elitismo antidemocrático. Por otra parte, nuestra sociedad es también pluralista, y entonces caben distintas orientaciones y opciones culturales. Pierre Grimal -miembro de la «Académie des Inscriptions et Belles Lettres» (1991)-, analizando la argumentación utilizada para suprimir el latín, de que no todos los franceses podían aprenderlo y por lo tanto era justo que nadie lo aprendiera, a fin de no crear desigualdad entre los ciudadanos, observaba: «Nadie objetó, lo que habría sido lógico, que no todos, en su vida, aprenderían la astronomía, la física molecular o la filosofía china, que no todo el mundo sería médico, o cantante, músico o almacenero» (p. 18). Cabe aquí recordar el dicho latino Non omnes possumus omnia, es decir, no todos lo podemos todo.

- La aparente aversión de las actuales autoridades educativas con respecto a las lenguas clásicas procedería, según Luis Gil, de la admiración por el mundo clásico que mostraban los regímenes de corte fascista. Efectivamente, el gobierno de Mussolini utilizaba citas de Virgilio y Horacio como eslóganes políticos (Lagunilla, 1995). Podemos añadir que la misma palabra «fascismo» evocaba las fasces, insignia de los cónsules romanos. Emblema del fascismo fue precisamente el haz propio del lictor romano. El fascismo pretendía restaurar el Imperio Romano. Después de la conquista de Etiopía (1936), a Víctor Manuel III, rey de Italia, se lo nombraba también «Emperador de Abisinia» (antiguo nombre de Etiopía). El mediterráneo era llamado Mare Nostrum (Mar Nuestro) como en la antigua Roma. En los deberes escolares de traducción al latín había que indicar en la fecha el año de la era fascista, a fascibus restitutis (= desde la restauración de las fasces).

También en la Alemania nazi la actividad pedagógica manipulaba hábil e interesadamente textos clásicos. Y en España Franco potenció el latín y el griego, con el objeto de restituirle la gloria del imperio (ib.).

 

4. DIDÁCTICA MODERNA DEL LATÍN

        Si tales y tantos son los valores que pueden ser acarreados por la lengua y literatura latina, habría que propiciar encarecidamente su estudio. Interesante a este propósito es lo que sostiene el profesor Vittorio Alemani, docente de italiano y latín en el liceo científico «Severi» de Milán. Nótese que se trata de un profesor de latín en un liceo científico y no en uno clásico, que es el otro tipo de liceo o secundario superior en Italia. Pues bien, dicho profesor afirma con todo aplomo: «El latín habría que hacerlo estudiar a todos. Yo lo enseñaría en los estadios a la masa de los jóvenes. Alguien declara que el latín es el conducto para conocer nuestros valores del pasado y de la tradición clásica y humanística. No es el conducto; es la cultura moderna.

Nuestro modo de pensar y de ver la vida están bajo su influjo: las estructuras comunes de la ciencia moderna ahondan sus raíces precisamente en la lengua y en el pensamiento clásicos. O mejor; el latín es la lengua más apta también para la computadora y la creación de los programas» (Straniero, 1989). Semejantes expresiones son por demás apodícticas, pero no son pocos los docentes que ven en la cultura clásica el fundamento capaz de dar consistencia a la formación tanto humana como tecnológica (ib.).

Ya vimos que para Umberto Eco «la lectura de los clásicos es un viaje a las raíces» (cf p. ). Pero el mismo autor, como también vimos (cf p. ), puntualizó el escaso conocimiento del latín que se alcanzaba en Italia después de ocho años de latín (es decir, en los cinco del gimnasio más los tres del liceo clásico). Pero la culpa no es del latín, sino de cómo se lo enseña. El latín no debiera ser un espantajo. No es tan fácil de aprender, es cierto; pero el alemán, por ej., tampoco es sencillo y nada digamos de otros idiomas, como el chino y el japonés.

¿Después de ocho años de latín, no se sabe latín? Esto se explica por insistir en el análisis lógico, en la gramática y en la traducción. Es fácil -observa Gallizia (1962)- oír hoy la comparación: «Después de cinco años de francés, se sabe hablar francés; después de ocho años de latín, nada». Pero el mismo Gallizia cita el siguiente testimonio de un anciano profesor: «Cuando yo era niño, el docente de francés no nos hablaba ni nos obligaba a hablar en ese idioma y al final del curso ninguno de nosotros habría sabido decir dos oraciones francesas seguidas».

Comenta Gallizia: Hoy, después de cinco años de clase una lengua moderna se sabe usar discretamente. Es gracias a los especialistas, quienes a fines del siglo pasado, en la enseñanza de las lenguas vivas remplazaron el método de la traducción por el método directo. Aplicado este método al latín, como se está haciendo en algún lado, da excelentes resultados. Usar el latín como lengua viva es un método eficaz y relativamente veloz, que debiera sustituir los estériles métodos tradicionales.

Eco (1996) refiere como ejemplar el caso de una muchacha negra del Bronx (distrito de Nueva York): «En una universidad norteamericana -así escribe- conocí a una muchacha, negra y del Bronx. Subrayo el origen no por razones raciales sino sociales: evidentemente todo lo que había aprendido en la casa sobre Roma antigua había sido mirando un film por TV en el que Nerón acariciaba a una cortesana mientras el vino se le derramaba sobre el mentón y se reía a carcajadas en inglés. Pero era inteligente y voluntariosa, y había decidido seguir un curso estival de latín: a su término no digo que conociera todos los secretos de la ‘consecutio temporum’, pero con las declinaciones y los verbos se llevaba bien, y estaba en condiciones de componer frases aceptables. Al cabo de seis meses de una especie de full immersion (inmersión plena) había alcanzado el nivel de nuestros muchachos de la tercera media».

La más moderna didáctica de las lenguas reconoce como básico el principio que para aprender una lengua es indispensable usarla: usarla asiduamente e incluso exclusivamente. El método ASTP (Army Special Training Program), elaborado en la segunda guerra mundial por psicólogos y lingüistas estadounidenses con el objeto de adiestrar aviadores, comandos, administradores, etc. en el empleo de las más diversas lenguas de Europa, Africa y Asia, implicaba de seis semanas a seis meses de intenso y exclusivo uso de la lengua a aprender.

Omitir las referencias a la lengua nativa del alumno y transferir cada vez más su actividad mental a la lengua que se quiere hacerle aprender, se ha vuelto un axioma del aprendizaje práctico. Claro está, el latín no se aprende con finalidades principalmente prácticas, como sería hablarlo en la vida cotidiana. Conlleva también una educación teórica tendiente a la comprensión razonada de las leyes del uso y de las estructuras. Se desaprueba, eso sí, el fárrago filológico o erudicionismo. Que los alumnos aprendan los rudimentos del análisis lógico. Que la gramática se les enseñe en forma sencilla y sobre textos (Gallizia, 1962).

 

4.1. Valor relativo de la gramática

En la segunda mitad de nuestro siglo se ha cuestionado mucho el estudio de la gramática en el aprendizaje del latín, negándole el valor que tradicionalmente se le atribuía y sosteniendo que ella ha de ser aprendida indirectamente, a través de la lectura de textos. Así Giovanni Battista Pighi sostiene que la lengua latina no se debe enseñar mediante la gramática, sino mediante la misma lengua; al mismo tiempo se llega fácilmente a la posesión del arte gramatical, primero de la sintaxis y luego de la morfología. De esta manera, además, en lugar de tedio se experimentará placer (Del Col, 1994). René Martin (1970) observa que nuestra manera de enseñar latín se basa en dos factores: uno es el análisis gramatical; el otro, la traducción, y esta casi siempre valiéndonos del léxico.

En este método la gramática es, por así decirlo, la reina. Los alumnos aprenden primeramente los casos, declinaciones y conjugaciones, después la sintaxis. Se ejercitan en analizar cuidadosamente las oraciones, pareciéndose a los médicos que disecan los cadáveres; finalmente, las traducen o intentan traducirlas a su propio idioma. Pedro Grimal afirmó precisamente que la categoría de los profesores de latín casi ha matado la lengua latina, así como el médico inepto prefiere cortar los miembros de un cadáver a conservar la vida de un individuo viviente.

Ya que el latín era considerado lengua muerta, por eso mismo en su enseñanza la gramática y el análisis se volvieron las reinas o mejor dicho las tiranas. Dijo Santiago Perret: «Con razón nos burlaríamos del campesino que colocara el arado delante de los bueyes...¿No somos menos tontos cuando ponemos la lectura antes de la escucha y del habla?» También podríamos decir: «¿No somos igualmente tontos cuando anteponemos el análisis al uso de la lengua?»

La gramática es, no dueña (domina), sino criada (ancilla) de la lengua latina (Schilling, 1968). Y es menester aprenderla indirectamente, por inducción, a través de la lectura de textos. Es lo que hace el método indirecto, del cual se han propuesto distintas modalidades o variantes.

En 1949 C. W. E. Peckett y A. R. Munday publicaron en Shrewsbury un curso de latín basado sobre este método. Las lecciones se desarrollaban en cuatro momentos: imitación, repetición, asociación, inducción. La gramática era presentada mediante la asociación imagen-texto. Siempre se requería la cooperación de los alumnos. Las ejercitaciones consistían principalmente en completar y transformar frases.

En 1952 O. Wecker presentó un método de enseñanza del latín basado en el principio de inducir de los textos las reglas gramaticales.

 

4.2. El método directo

Entre 1958 y 1959 apareció en Copenhague, en dos volúmenes, el método titulado Lingua Latina secundum naturae rationem explicata, obra de H. H. Ørberg. Se presenta totalmente en latín y puede ser utilizado también por autodidactos. Fue compuesto bajo la guía de Arthur M. Jansen, autor de un célebre método -el Método Natural-, elaborado para el aprendizaje del inglés (English by the Nature Method). Ørberg contó además con el  asesoramiento y ayuda de calificados filólogos de distintas nacionalidades, como: Giacomo Devoto, Scevola Mariotti, E. Springhetti, Louis Hjelmslev, A. D. Leeman, Dag NØrberg ... El método se publicó también en Suecia.

En Chicago (USA), en el año 1959 W. Most publicó Latin by the natural method. El texto está en inglés, pero la lengua latina es tratada de una manera tan práctica como en un método directo. En la misma ciudad, dos años más tarde, apareció A basic course in Latin. Este manual de latín, compuesto por R. J. O’Brien y N. J. Twombly, sigue rigurosamente enfoques estructuralistas, sobre todo en la fonología y morfología. Un correcto uso de este curso requiere un laboratorio de idiomas o en todo caso casetes pregrabados.

En New York apareció en 1966 Lingua Latina Viva I de C. Towe y S. Akelaszed, y en 1967 Lingua Latina II de G. W. Stephens y E. Springhetti.

En Cambridge, en 1971-72 se publicó el Cambridge Latin Course. Contemporáneamente, en Munich de Baviera apareció Übersetzungstechnik de K. H. Von Rothemburg. En 1973, J. Malms, A. Mitschke, H. Steinthal y W. Emrich publicaron Redde rationem.

Son, todas ellas, obras valiosas por los materiales que ofrecen. En gran parte de ellas se nota una creatividad de tipo artístico, propia de la didáctica, que se diferencia de la filología, la cual progresa con la creatividad de tipo científico de los grandes filólogos (Calvano, 1993).

Entre las obras citadas nos place destacar, por haber experimentado personalmente su bondad, el Método Natural de Ørberg. Consta de 50 capítulos distribuidos en 15 fascículos. En el prólogo se lee:

«El libro ha sido compuesto de manera que el significado de cada nuevo vocablo se desprende claramente del contexto y los vocablos se reiteran con tanta frecuencia que se aprenden por completo. A fin de facilitar la lectura, procuramos que en cada capítulo las nuevas voces no fueran más del 25 o 30 % con respecto a los vocablos constantes. Sin embargo, quien finalice el entero curso aprenderá alrededor de 2.500 palabras, entre las más usadas en latín, como afirman los que investigaron con esmero la frecuencia de los términos latinos. Provisto de tal bagaje, nuestro alumno podrá leer con bastante facilidad y gran provecho casi todos los libros escritos en latín.

Aunque ya a través de los ejemplos se aprende óptimamente la gramática, con todo pareció conveniente añadir a cada capítulo una parte, titulada Grammatica Latina, en que con la mayor claridad se explican las reglas gramaticales, de manera siempre acomodada a la inteligencia del alumno.

... También hay que advertir que a cada capítulo, después de la parte titulada Grammatica Latina se han añadido tres tareas (pensa) para una conveniente ejercitación de los alumnos.

... En la obra se progresa paulatinamente y sin advertirlo (sensim sine sensu) , desde oraciones muy fáciles hasta alcanzar estas metas: algunos poemas de Ovidio y Catulo (en el cap. 32); algunos epigramas de Marcial (ib.); extractos del Breviarium ab Urbe Condita de Eutropio (cap. 42 y 48), de los Libros 21-30 Ab Urbe Condita de Tito Livio, del Libro De Excellentibus Ducibus de Cornelio Nepote (cap. 44), de los Libros 31-45 Ab Urbe Condita de Livio (cap. 45), de las Periocas de los Libros 48-61 de Livio (cap. 46), del Libro De bello Iugurthino de Salustio Crispo (cap. 47), de la Oratio de Imperio Cn. Pompeii de Marco Tulio Cicerón (cap. 49), de los Libros de Cicerón De Re Publica (cap. 50)» (Del Col, 1994).

El Método Natural no es solo para niños o adolescentes. A un Congreso de los Nature Method Institutes se presentó a los participantes, que eran profesores universitarios de lingüística o de latín, un grupo de tranviarios de Copenhague, quienes como hobby habían estudiado los 15 fascículos del Método Natura latino; y en latín hablaron y explicaron páginas de autores. 

En una comunicación al Segundo Congreso Internacional por el Latín Viviente, Ørberg refería

sobre los resultados de un experimento de cinco años de duración, llevado a cabo por correspondencia: «Nuestros alumnos, como resulta de las ejercitaciones escritas con mucho esmero que nos mandan, en breve tiempo hacen progresos en esa lengua, a la que se dedican espontáneamente; más aún, de alumnos que unos meses antes ignoraban el latín, recibimos algunas cartas no mal redactadas». A Ørberg le parece estar comprobado que con el Método Natura muchísimos pueden deleitarse no solo leyendo sino también escribiendo en latín (Gallizia, 1962).

En el Método Natural y demás métodos directos, que hemos señalado para la enseñanza-aprendizaje del latín, se aplica a este idioma la didáctica que se emplea para la enseñanza-aprendizaje de los idiomas modernos.

En dicha enseñanza-aprendizaje se tiende cada vez más a utilizar también recursos audio-visuales y audio-orales, como láminas ilustradas, diapositivas, casetes, videos, laboratorio de idiomas ... En la era del lenguaje total (palabra, imagen, sonido), como es la nuestra, esto es obvio. Por otra parte, todas las lenguas entran más por los oídos que por los ojos. Fácilmente aprende un idioma extranjero quien lo oye a menudo y él mismo lo usa al hablar. Todo esto vale también para el latín (Martin, 1970).

Recalcamos la eficacia del uso del idioma a aprender. Usar un idioma implica entenderlo. Entenderlo, en cambio, no implica usarlo. La incapacidad de usar el latín para expresarse puede coexistir con un conocimiento del mismo que consienta entenderlo y leerlo, incluso con facilidad y amplitud. La razón de esto está en el hecho de que la posesión de un idioma es un hábito complejo, constituido por hábitos menores que lo integran . El único hábito que define la plena posesión o dominio de un idioma es pensar en ese idioma, con las dos eventuales manifestaciones del hablar y del escribir. Nótese que entre actos y hábitos hay una rigurosa homogeneidad; por ello, quien no hace sino actos de leer contraerá tan solo el hábito de leer; pero quien posee tan solo el hábito de leer, salvo que contraiga un nuevo hábito, no podrá nunca cumplir en el idioma extranjero el acto de pensar para expresarse (Gallizia, 1962).

También para el latín vale aquello en que se hace mucho hincapié hoy en relación al estudio de idiomas extranjeros: hay que volverlo atractivo. Acerca de esto escribe Umberto Eco (1996):

«Con los medios interactivos de que se dispone ahora, también una lengua muerta puede aprenderse en forma entretenida, con un ‘tutor’ electrónico que en la pantalla te corrige los errores (sin que tengas que llorar por las enmiendas del maestro) y te visualiza en forma amena ciertos problemas sintácticos. Por no hablar de la posibilidad que se ofrece hoy de ejercitarse sobre Pinocho o Topolino en latín. Todo depende de encontrar los métodos que hagan agradable el aprendizaje...

Además, ¿por qué estudiar latín y griego como lenguas que se bastan por sí solas, mientras que mucho más fascinante sería comparar su estructura sintáctica y su léxico con los de las lenguas modernas? Y también un buen CD-Rom puede hacer milagros. Con el que, aprendiendo las lenguas muertas, se comprenderán mejor las vivas».

Algunos, como Corrado Calvano (1993), piensan que el objetivo de la didáctica del latín no puede ser enseñar a hablar en latín. Tampoco puede ser el de preparar a los alumnos a afrontar tormentosas traducciones de trozos que exijan muchas horas y afanosas búsquedas en el diccionario. Afirma Calvano: «El objetivo principal en ámbito lingüístico debería ser, en cambio, el de hacer adquirir a los alumnos el núcleo esencial del léxico y el dominio de esas estructuras morfológicas y sintácticas que consientan una lectura ágil de trozos considerados  fáciles, como, por ej., textos de carácter histórico-narrativo o científico».

El docente de latín, como el de griego, tiene que seguir criterios científicos. Debe conocer, pues, y tener en cuenta tanto la metodología filológica como la psicológica. Ambas disciplinas contribuyen a constituir su competencia profesional didáctica. El problema metodológico inherente a la enseñanza de las lenguas clásicas tiene que ser resuelto tratando de utilizar hasta donde sea posible y razonable los principios del método directo, pero sin eliminar la teoría lingüística, la gramática. Estos principios Calvano los sintetiza de la siguiente manera:

«a) centrar el estudio de las lenguas clásicas en la comprensión de muchos textos sistemáticamente graduados;

b) eliminar en lo posible el recurso a la traducción;

c) insistir en el conocimiento del léxico fundamental, contextualizando la adquisición a través de lecturas extensivas y un conocimiento profundizado de la cultura griega y romana (con la ayuda de textos ilustrados, de películas, de diapositivas, de visitas arqueológicas);

d) limitar lo más posible, por lo menos en los primeros años de estudio, los conocimientos gramaticales teóricos, tratando siempre de concentrar la atención de los estudiantes sobre las características de los textos y estimular procesos de inducción gramatical;

e) no valuar los progresos de los alumnos en base a su bagaje de conocimientos teóricos, sino en base a su capacidad de leer y entender textos;

f) desarrollar los automatismos necesarios para una lectura fluida de textos que no requieran un serio empeño desde el punto de vista formal o conceptual» (p. 599).

Puesto que el latín, e igualmente el griego, son idiomas flexivos en alto grado, demandan una ejercitación larga e inevitablemente fatigosa sobre las estructuras morfológicas y sintácticas. Pero no parece conveniente proponer ejercicios de traducción. Los métodos modernos de enseñanza de los idiomas extranjeros demuestran la eficacia de ejercicios de manipulación y transformación de frases sencillas. 

Es de desear que el docente dé muestras de lengua hablada, use frases referidas al contexto inmediato del curso y estimule breves diálogos. Poco a poco irá introduciendo los elementos de gramática y léxico. En las primeras fases del aprendizaje presentará materiales lingüísticos simplificados, aunque resulten más bien artificiales. La complejidad de la gramática de las lenguas clásicas exige esta simplificación con finalidad didáctica.

Si se aspira al uso del latín, no conviene insistir en la sintaxis de la oración compuesta. Es suficiente la de la oración simple. Sin duda, también el latín familiar de las clases cultas, no menos que el sermo rusticus,amaba formas simples y expeditas. «Evidentemente –como observa Bayet- los sistemas sintácticos, comparativos o condicionales, son más perfectos en virtud de la unidad lógica que ellos realizan; pero ellos nacieron históricamente de la parataxis y, gracias a la claridad en el empleo de los modos, permanecerán demostrativos y también expresivos, si se los reconduce a su forma original, la de un paralelismo coordinado ...

De este modo el latín, del cual se dijo demasiado que es una lengua sintética, asume, sin renegar de sí mismo y sin debilitar su dialéctica (...), la agilidad y la movilidad de una lengua analítica» (Gallizia, 1962). Esto, por otra parte, ya se halla realizado en los escritos de los Padres de la Iglesia, especialmente en sus homilías, y por influjo de la parataxis hebraica, en la versión latina de la Biblia. Ejemplo típico es el de San Agustín. En muchas de sus páginas, en los Sermones, en las Enarrationes y en los Tractatus super Evangelium Ioannis, es patente la estructura de parataxis, siempre nítida y cristalina. La empleó con finalidad pastoral, para transfundir en oyentes imperitos el alto pensamiento del Evangelio. A la vez, en esas páginas realizó el milagro de reconducir el latín a sus formas originarias de parataxis, sin que nada perdiera de la finura y precisión que fue adquiriendo en siglos de afinamiento retórico (ib.)